Iba, en un paso rítmico y felino a avances dulces, ágiles o rudos, con algo de animal y de divino la bailarina de los pies desnudos.
Su falda era la falda de las rosas, en sus pechos había dos escudos… Constelada de casos y de cosas… La bailarina de los pies desnudos.
Bajaban mil deleites de los senos hacia la perla hundida del ombligo, e iniciaban propósitos obscenos azúcares de fresa y miel de higo.
A un lado de la silla gestatoria estaban mis bufones y mis mudos… ¡Y era toda Selene y Anactoria la bailarina de los pies desnudos!
Rubén Darío
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