Si a usted le gustan los cuentos, le gusta leer leyendas de caballeros e historias de magia o ver películas y series de televisión acerca de magos y brujas, entonces sabe lo importante que son las palabras mágicas. Éstas constituyen las partes principales de las fórmulas mágicas.
Con seguridad no es muy difícil conseguirse ingredientes mágicos como ojos de sapo y lenguas de lagarto, pero si no se dominan las palabras adecuadas, todas esas cosas no sirven para nada.
¿No es curioso que en inglés la palabra para indicar magia, hechizo o fórmula mágica [spell] sea la misma para indicar el verbo deletrear? También forma parte de la tradición de la magia, que fórmulas mágicas son aprendidas de memoria o leídas de libros. Por lo menos en la tradición occidental no forman parte de la transmisión de boca en boca.
En tiempos prehistóricos la pintura rupestre y los dibujos en las rocas tenían un significado mágico que solamente conocían algunos iniciados. Cuando con el tiempo éstos se hicieron cada vez menos comprensibles y perdieron su carácter representativo, parecieron obtener aún más poder mágico. Una persona que dominaba la capacidad rodeada de misterio de leer, solamente necesitaba los signos en una placa, en un papiro o en un pedazo de papel y podía informar acerca de una batalla del pasado, podía “ver” lo que se ocultaba en la bodega de un barco, podía predecir la llegada de las estaciones del año e incluso prever un eclipse solar. ¡Esa era pura clarividencia! Otros papeles llenos de signos y sellos mágicos podían llevar a personas a cumplir órdenes. Algo así era considerado psicokinesis o influencia a través de grandes distancias. Otros documentos comunicaban la voluntad de los dioses o revelaban la palabra de Dios. Eso era magia del más alto nivel. No es de extrañarse que se le atribuyeran poderes mágicos a la palabra escrita o a la palabra hablada derivada de ésta. La magia surgió del secreto.
Cuando la escritura se propagó cada vez más, los signos escritos perdieron mucho de su secreto y por consiguiente también de su magia, aunque algunos poetas y un número pequeño de escritores todavía la pueden invocar. Pero donde hay secretos, también hay magia todavía. Mientras menos conocido sea un idioma, mayores poderes mágicos se le atribuyen. Imagínese un mago con una barba puntiaguda y una capa con franjas negras y rojas. Él levanta los brazos, hace salir rayos de sus dedos y dice como dando una orden: “¡Haz lo que te digo!”. Eso no suena muy impresionante. Pero si él dice: “¡Alakazam!, eso si que suena mucho más imponente.
Como es posible darse cuenta en estos ejemplos, lo secreto también otorga autoridad. Si alguien habla Gobbledygook, todos los que no saben lo que es Gobbledygook están profundamente impresionados. Un amigo me dio una vez una grabación en cinta de un hombre que había hablado sobre un tema esotérico. Mi amigo pensaba que yo debía escucharla, porque era especialmente buena. Pues bien, tengo que confesar que mi vocabulario es muy extenso y que estudié lógica en el colegio de estudios superiores. El hombre en la cinta era un locutor bueno y seguro, pero lo que decía eran cosas sin sentido. No se trataba de que yo no concordara con él. No había ninguna razón para concordar con él o para rechazarlo. La mayoría de sus palabras eran absurdidades incoherentes, entre las cuales él insertaba términos que de vez en cuando sonaban bien, pero no decían nada. En la forma más sutil posible le hice ver a mi amigo el verdadero contenido de la grabación, y él estaba muy perplejo por su propia credulidad.
Cuando se pronuncian palabras con un tono determinado o en un contexto especial, eso les puede otorgar mucho más importancia que bajo circunstancias regulares. Las palabras de una oración o de un discurso político, las palabras de un médico o de un hipnotizador, pueden obtener un significado que supera por lejos su contenido normal, porque ese significado depende en un grado muy alto de cuándo, dónde y por quién han sido pronunciadas las palabras.
En principio las palabras no son otra cosa que estructuras de sonidos o signos subjetivos a las cuales les asignamos un significado. Los idiomas son sistemas que constan de sonidos y signos, que son hablados por determinados grupos de personas. Más no se puede decir al respecto. Cualquier poder que puedan tener las palabras les es asignado por las personas. Mientras más poder se les concede a las palabras, mayor influencia tienen sobre las personas; pero es y sigue siendo así, que el poder les es asignado desde afuera y no está instalado en ellas. Dígale a un joven chino de doce años la fórmula mágica más poderosa en idioma hebreo clásico – usted no observará otra cosa que falta de comprensión, pero en ningún caso respeto o emoción. Y tampoco podrá convertirlo en una rana.
A pesar de todo lo que se ha dicho hasta ahora, las palabras siguen siendo una ayuda sumamente útil para el procedimiento de sanación. Bajo la condición previa de que usted comprenda su significado y les pueda asignar autoridad, éstas son las más efectivas para emplear su atención con un propósito y para intensificar la propia concentración. Mientras mejor se pueda concentrar usted en un pensamiento o propósito referente a sanación, más rápidamente y con más esmero reaccionará el cuerpo con la sanación.
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