La conciencia no es un atributo exclusivo del ser humano. Surge a través del ser humano pero éste no es más que una apertura a través del cual la Vida y el Universo se observan y se reconocen a sí mismos.
El individualismo radical, el etnocentrismo y el integrismo religioso o ideológico son enfermedades transitorias que han surgido en el proceso de crecimiento. Enfermedades que debemos diagnosticar, comprender y sanar si queremos seguir creciendo en conciencia y en felicidad. La Vida nos empuja a ir más allá de las percepciones reducidas y reductoras.
El planeta Tierra es un minúsculo grano de polvo que flota en un inmenso océano de espacio cuya infinitud es inconcebible para la inteligencia humana. En esta pequeña mota de polvo, no sabemos cómo ni por qué, ha surgido la Vida, una frágil capa pulsátil incrustada en el planeta, a la que llamamos Biosfera.
La totalidad de la Biosfera es un único Ser Vivo, una inextricable red de relaciones interdependientes entre millones de seres vivos, de la misma forma que un organismo singular es el resultado de la interacción de todas sus células.
La totalidad de la Biosfera es un único Ser Vivo, una inextricable red de relaciones interdependientes entre millones de seres vivos, de la misma forma que un organismo singular es el resultado de la interacción de todas sus células.
Del ego a la conciencia planetaria
"La Tierra atraviesa una extraordinaria crisis de crecimiento, y en ese camino nosotros los humanos, los orgullosos seres identificados con la mente, deberemos enfrentarnos inevitablemente con nuestras limitaciones. El yo, nuestro sentido de la individualidad personal, es una creación del pensamiento. Un acuerdo colectivo. Esta estructura mental es demasiado pequeña para comprender y aceptar la vida en toda su complejidad… el yo continúa, en otro plano, el anhelo de supervivencia de todo lo viviente, es el heredero de la cadena de miedo que recorre toda la evolución.
Cada uno de los seres que nos preceden en la escala de la vida, desde los insectos hasta los mamíferos, está programado para reconocer sólo un fragmento del universo y habitarlo. Su sistema nervioso no posee la complejidad suficiente como para procesar la abrumadora cantidad de información que lo rodea, está diseñado para simplificarla. Cada uno de ellos ignora la existencia de otras dimensiones, que a la vez son evidentes para seres más complejos como nosotros.
El cuerpo humano contiene dentro de si todas las estructuras que nos precedieron en la evolución y al mismo tiempo posee capacidades inimaginables para esos seres.
Pero ¿se ha desarrollado en nosotros todo el potencial que la vida nos legó? ¿O nos hemos estancado en un nivel de nuestras posibilidades y estamos simplificando la realidad reduciéndola a la dimensión de nuestras construcciones nacidas del miedo?
Cualquier ser humano que haya siquiera atisbado la profundidad de nuestra relación con las estrellas a través de la astrología no puede dudar ni por un instante cual es la respuesta correcta a estas preguntas.
Somos el organismo más sensible de la Tierra. Por eso podemos registrar una enorme cantidad de información inaccesible para otros seres. Pero no nos damos cuenta de que lo que percibimos también nos abruma y nos asusta. Y que por eso nos encerramos en nosotros mismos para protegernos. Construimos un muro de creencias, un universo cerrado a nuestro alrededor y lo habitamos ingenuamente, tal como si fuéramos insectos. Cada tribu humana ha hecho esto, cada civilización, cada linaje, cada familia, cada individuo lo hace.
Nos aislamos negando todo aquello que no comprendemos mediante creencias, argumentos, fantasías que tomamos por verdades absolutas, por ideas geniales. Pero a diferencia de los insectos, a nosotros nos ocurre lo que llamamos destino. Estamos “condenados” a que los acontecimientos nos revelen las limitaciones de nuestras construcciones, la ilusión de nuestros deseos.
La complejidad de la vida se nos impone cada vez que destruye nuestros nidos de creencias y nos obliga a seguir aprendiendo.
Paradójicamente, suelen ser las ilusiones de los otros seres humanos las que más chocan con las nuestras y nos hacen sufrir. Esos cruentos choques de creencias y necesidades ilusorias se manifiestan bajo la forma de guerras, luchas por el poder, injusticias sociales; la interminable batalla entre las distintas construcciones humanas acerca de la realidad; tribu contra tribu. Nación contra nación. Pero también en nuestro mundo íntimo chocan las construcciones e idealizaciones con las que nos hemos identificado. El interminable conflicto entre los que decimos amarnos, entre hermanos, entre padre e hijos, entre esposos y amantes. No nos damos cuenta que entre todos hemos construido una realidad ilusoria que rechaza nuestras diferencias reales, que ignora la enorme complejidad del deseo, que niega la crueldad que el miedo y el orgullo generan en nosotros. No sólo en las guerras sino en los hechos más pequeños, somos incapaces de advertir cuántas veces nuestra alegría proviene del dolor de otros.
Si estamos felices porque nuestro equipo de fútbol ganó no queremos darnos cuenta que necesariamente otros sufren por la derrota, y no queremos reconocer que su tristeza nos da un inmenso placer. No queremos enterarnos que el orgullo de la madre por su hermosa hija hiere irremediablemente el corazón de alguna niña que nuestros circunstanciales criterios de belleza consideran fea; o que ensalzar la inteligencia de algunos es marcar para siempre la supuesta insuficiencia de otros.
El ego es inevitablemente cruel porque vive encerrado en las paredes del mundo que ha creado creyéndose especial y único, con el derecho de satisfacer todos sus caprichos. Pero tarde o temprano el destino chocará contra esa montaña de ilusiones. Deberá derrumbar esos muros. ¿Qué haremos entonces: los reconstruiremos nuevamente o nos daremos cuenta de la pequeñez de nuestro mundo? ¿Aceptaremos la enorme complejidad de la vida y nos abriremos a la excitante aventura de descubrir las ilusiones que hemos construido?
Las posiciones de los planetas en el cielo nos indican que estamos viviendo un tiempo de extrema complejidad. Que probablemente nos lleve a reconocer que la mente humana tal como la conocemos es aún muy pequeña; un anillo de miedo capaz de grandes proezas tecnológicas pero realmente ignorante en lo vincular. Que, sin embargo, tiene el potencial para que en nosotros pueda manifestarse algún día una verdadera conciencia planetaria."
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