martes, 21 de agosto de 2018

LA LIBERTAD_Sé tú mismo



LA LIBERTAD

Sé tú mismo

La responsabilidad es una cara de la moneda,
y la otra es la libertad. Puedes tener las dos cosas juntas,
o abandonarlas juntas. Sino quieres responsabilidad,
tampoco tendrás libertad, y sin libertad
no existe el crecimiento. Puedes llevar una vida
dichosa, pero no existen dos caminos, solo uno:
ser tú mismo, seas lo que seas.





La mente llama a la productividad actividad, y la creatividad no cuenta. Se tarda tiempo en comprender la verdadera creatividad. El otro día se vendió un cuadro de Van Gogh por cuarenta millones de dólares. Unos meses antes, otro cuadro suyo se había vendido por catorce millones, y entonces dijeron que era lo máximo que podía alcanzar, que ningún cuadro había llegado a catorce millones... ¿Y cuarenta?
Ese pintor vivió en la miseria, muerto de hambre, porque no vendía ni un solo cuadro. Y no pedía cuarenta millones de dólares; a veces estaba dispuesto a cambiar un cuadro por un plato de comida; incluso por una taza de té estaba dispuesto a dar un cuadro. Pero la gente no accedía, ni siquiera a cambio de una taza de té. «No tenemos sitio. ¿Dónde lo vamos a poner? Pregúntale a otro», le decían. Para ellos, dónde ponerlo, no tener sitio, era un problema.
Fue cuando dejó de estar en este mundo, cien años después de su muerte, cuando lo empezaron a reconocer, poco a poco. Lo mismo les ocurre a casi todos los genios. Por razones completamente desconocidas, todo genio se adelanta a su época. ¿Por qué no pueden esperar un poco? Llegan cuando sus contemporáneos aún no están aquí, y cuando llegan sus contemporáneos, ellos ya se han ido y no se enteran.
¿Pensáis que Jesucristo llegará a saber cuántos cristianos hay hoy en el mundo? ¿Pensáis que Sócrates llegará a saber que su nombre es algo de lo que se enorgullece Grecia? Sin su nombre, Grecia no sería nada. Fueron sus enseñanzas y las de sus discípulos, Platón y Aristóteles, lo que mantuvieron a Grecia en la cúspide de la inteligencia, porque no creo que nadie en Europa haya sido capaz de superar la agudeza de la inteligencia de Sócrates. Quizá aún no hayan aparecido sus contemporáneos, aunque han pasado veinticinco siglos.
Cuando los cuadros de Van Gogh lograron reconocimiento la gente empezó a buscarlos. Debió de pintar miles de cuadros y regalarlos, a sus amigos, o cambiarlos por una taza de té o un plato de comida. La gente aceptaba los cuadros para no parecer grosera, para no parecer incivilizada. Pensaban: «En cuanto se vaya, llevaremos el cuadro al trastero». Nadie colgaba sus cuadros en el salón, porque cualquiera que los viera pensaría que el dueño de la casa se había vuelto loco. ¿Por qué colgaba un cuadro así?


Las ideas de Van Gogh parecían locuras en aquellos tiempos, pero su época llegó más tarde. Toda su familia lo censuraba, le decía: «No has hecho nada y eres un parásito de tu hermano menor», porque su hermano menor lo ayudaba para que pudiera sobrevivir.
Van Gogh no comía todos los días de la semana; comía cuatro días y ayunaba tres —un día comía, otro ayunaba, al siguiente comía, al siguiente ayunaba—, porque con lo poco que podía ahorrar durante los días de ayuno compraba lienzos, óleos, pinceles. No tenía otra alternativa.
Nadie ha pintado con tanto amor y tanto gozo, con su propia vida y su propia sangre. Se destruyó pintando. Y ahora sus obras se buscan en trasteros de Holanda y Francia, donde vivió. Sus cuadros se han encontrado en los trasteros de muchas casas, y ahora alcanzan un precio increíble.
El último se vendió hace poco por cuarenta millones de dólares. Cuando se vendió otro, meses antes, los críticos decían: «Esto es lo máximo. Nadie va a adquirir un cuadro a un precio superior». Había batido un récord, catorce millones. Antes, el récord estaba en tres millones, por un cuadro de otro pintor. Pero eso supuso un gran salto, hasta catorce millones, y en el transcurso de tres o cuatro meses se vendió otro cuadro suyo por cuarenta millones de dólares. Y me imagino que sus cuadros pueden llegar a venderse a precios aún más elevados.



Se han encontrado otros doscientos cuadros, no en muy buenas condiciones. Ese hombre fue uno de los mayores genios que ha conocido el mundo, pero no era un hacedor, no era un productor. Si hubiera tenido algún oficio —zapatero o carpintero o sastre—, habría ganado suficiente dinero y todos lo habrían respetado por ganarse la vida. Pero lo condenaban por ser perezoso, sin que nadie supiera qué estaba haciendo.
Podía pasar un día entero sin acordarse de comer ni de beber siquiera agua, de tan absorto como estaba en su pintura. Solo cuando caía la noche y le costaba trabajo ver se daba cuenta de que el día había pasado. Era tan pobre que ni siquiera podía comprar velas; a veces pintaba por la noche en la calle, a la luz de los faroles.



Su hermano debía de ser un hombre sensible. Era joven y sabía algo de pintura, porque trabajaba de vendedor en una tienda en la que se vendían cuadros y otros objetos de arte. De modo que algo debía de comprender, y quería a su hermano, pero ¿qué podía hacer? Él también era pobre, y apenas le llegaba para sobrevivir.
Pero quería hacerle un regalo a su hermano: que no muriera sin haber visto vendido al menos uno de sus cuadros. Logró reunir algún dinero y le pidió a un amigo:
—Compra un cuadro de mi hermano. Quiero que tenga el consuelo de que su vida no haya sido totalmente vana, que al menos venda un cuadro.
Pero el amigo que había elegido no tenía sensibilidad para la pintura. Fue a ver a Van Gogh y le dijo:
—Querría comprar un cuadro.
Con gran alegría, Van Gogh dijo:
—¡Venga a mi casa! No es muy grande pero tengo muchos cuadros.
El hombre replicó:
—Me servirá cualquiera...
Y a Van Gogh le dolió mucho. Dijo:
—¿Cómo que le sirve cualquiera? ¿No quiere ver mis cuadros? ¿No quiere elegir?
El hombre replicó:
—Me da igual. No me haga perder el tiempo. Me sirve cualquiera.
Van Gogh le dijo:
—Pues no voy a venderle nada, y estoy completamente seguro de que lo ha mandado mi hermano. ¡Lárguese de aquí! Y dígale a mi hermano que eso no me sirve de consuelo, que me siento más dolido que nunca.
Ni siquiera su hermano volvió a intentarlo.
La creatividad se da en un estado de abandono; la productividad necesita tensión, ansiedad, hacer, el ego, el reconocimiento. La creatividad no requiere reconocimiento, un ego, un hacedor, solo el puro gozo de crear.


Al menos Van Gogh podía mostrar sus cuadros; yo ni siquiera puedo mostrar mis cuadros, pero vosotros sois mis cuadros.
Yo he creado a mi manera algo invisible y sutil que no se puede enseñar ni se puede vender, y que nadie conocerá. No quedará constancia de cuántas personas se han transformado, de cuántas personas han cambiado su vida, pasando del nivel más bajo a la cima más elevada de la iluminación, pero tampoco se podrá decir que no he sido creativo. Trabajo día y noche, pero no soy un hacedor.
Así que cuando me pidas orientación, sé muy inteligente a la hora de ponerla en práctica. Lo mejor es ver si otra persona la pone en práctica y qué le ocurre.
Este hermoso silencio... esa es mi creación.
Miles de lotos empiezan a florecer de repente, miles de corazones se unen en una increíble armonía, en una canción, en la dicha.

Osho_La Pasión Por Lo Imposible_Extracto cap. VI




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