Jugar el papel de víctima es parte de un modelo cultural muy viejo, tan antiguo como nuestra civilización. Encontramos este patrón en toda la historia de la humanidad.
En la actualidad, está en los libros que leemos, en la TV que miramos, en las noticias de los periódicos, en las religiones, en la política nacional, en las relaciones diplomáticas internacionales, en las escuelas, en las relaciones de pareja, en la familia, en las amistades, etcétera.
Estamos tan acostumbrados a ese papel, que se ha vuelto adictivo. En verdad, es una adicción socialmente aceptada que crea muchísima miseria física, mental y emocional. Ser víctima es un juego cultural que se ha cobrado y sigue cobrándose muchas bajas entre nosotros.
La resonancia que se activa cuando nos sentimos víctimas genera en nosotros pensamientos comportamientos inconscientes, y sin darnos cuenta nos encontramos, interior o exteriormente, quejándonos, culpándonos a nosotros mismos o a los demás, o a la vida, o a Dios. Ese estado de queja crónico genera contracciones internas que impiden que energías esenciales fluyan como debieran y drenan nuestra fuerza vital. Esto nos debilita enormemente.
Por otro lado, no nos es posible extraerle “el jugo” a la experiencia que estamos viviendo y nos vamos a ver repitiéndola infinidad de veces y de diferentes maneras.
El “virus” de la víctima nos hace percibirnos a nosotros mismos como un ente separado del todo, que tiene que estar constantemente defendiéndose o atacando.
Y se cierra así este círculo vicioso, al volverse a la causa-raíz del sufrimiento humano.
Cómo detectar si estás jugando el rol de víctima
Cuando jugamos el papel de víctima:
Nuestra mente crea constantes situaciones de ansiedad o preocupación.
Pensamos, interpretamos y analizamos (interna o externamente).
Negamos lo que sentimos (“No hay problema”, “Está todo bien”).
Suprimimos nuestras emociones (creando rigidez, contracturas, tensiones o enfermedades).
Somos adictos al “drama” y a las situaciones o personas que lo crean.
Usamos mucho las expresiones “debería” o “no debería”.
Nos quejamos acerca de nosotros mismos o de los demás.
Juzgamos, criticamos, acusamos y culpamos a quien sea (interior o exteriormente).
Repetimos una y otra vez, en nuestra mente, situaciones pasadas.
Nos es difícil perdonar. Guardamos resentimientos muy viejos.
Nos queremos vengar y “cobrar lo que nos deben”.
Recurrimos a nuestro doloroso pasado para actuar o tomar decisiones en el presente.
Tememos el futuro por lo que nos pueda traer.
Ensayamos lo que vamos a decir o hacer, una y otra vez.
No nos damos cuenta de que hay un momento presente. Lo ignoramos absolutamente.
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El antídoto para este virus es:
El modelo de autorresponsabilidad
El modelo de autorresponsabilidad es opuesto al papel de la víctima, implica honrar la vida y está conectado con el cuerpo de luz (tu esencia).
¿Cómo se logra?
Reconociendo:
“Estoy asustado”, “Estoy enojado”, “Estoy triste”, “Estoy excitado”, “Estoy entusiasmado”, “Me siento atraído por...”.
Localizando:
Notando en qué parte del cuerpo está exactamente esa sensación.
Permitiendo:
Moviendo, sacudiendo, estirando, haciendo sonidos…
Intensificando:
Amplificando al máximo lo que siento.
Respirando.
Luis Diaz
La memoria de las células
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