"Queridos Reyes Magos"
Este año no os escribo para pediros que me traigáis sino para que os llevéis. No, no me he vuelto loco, ocurre que me he dado cuenta de que lo que sobra en mi vida está ocupando el espacio de aquello que me falta y que soy un niño más pobre por lo que tengo que por lo que ya no quiero tener.
Por favor, llevaos los animales de la mesas de Navidad de mi casa. No me importa lo tiernas que estén las chuletas de corderito lechal. No quiero masticar su cadáver y necesito que mis padres no me miren por eso como si estuviera loco o me fuese a poner enfermo, así que me temo que también tendréis que echar en vuestros sacos sus prejuicios.
Llevaos las armas de la casa de mi tío el cazador. No quiero que me vuelva a decir: “¡Muchacho, pronto vendrás a cazar conmigo y ya verás qué bien lo pasaremos juntos!”. No, mí tío me da miedo porque a mi tío le gusta matar y sonríe cuando lo hace. Llevaos sus rifles y sus risas y, sobre todo, no permitáis que me lleve a mí con él.
Llevaos las corridas de toros de mi ciudad. Y a esos señores que vienen a mi colegio a convencernos de que los toreros son héroes. Recuerdo que les pregunté si yo también sería un héroe si cogiese un trapo y un cuchillo de la cocina de mi casa, saliese a la calle y después de darle unos cuantos capotazos al primer perro que me encontrase lo matase clavándoselo una y otra vez. Uno que aseguraba haber toreado en Las Ventas me dijo guiñándome un ojo: - bueno, no lo hagas porque está prohibido y además eso no es arte, como la tauromaquia, pero entre tú y yo: ¡serías un valiente!-
Llevaos los circos con animales. Mejor dicho, llevaos a los animales y dejad los circos. Sí, llevaos a los elefantes, a los leones, a los monos o a los tigres al lugar del que nunca debieron salir, a sus verdaderos hogares, y dejad a los trapecistas, a los malabaristas, a los payasos, a los contorsionistas… Dejad a los que trabajan bajo la carpa de forma voluntaria y por un sueldo, no a los esclavos que lo hacen porque están drogados y el castigo físico les duele. Como nos duele a todos.
Abrid todas las jaulas del zoológico, llevaos a los animales que están dentro a santuarios y llevaos también las llaves para que nunca más puedan cerrarse los candados. No quiero que mis padres me vuelvan a decir sonriendo: “mira, esta tarde vamos a ir al zoo a ver a los animales”, y que yo ya no sepa cómo explicarles que allí sólo descubro criaturas tristes, enfermas de aburrimiento y de soledad, presos que perdieron la alegría en su mirada y toda esperanza de libertad y que a mí eso no me divierte, me rompe el corazón. ¿Animales? No. Fantasmas con forma de animal.
Llevaos los perros y los gatos de los escaparates, llevaos las tiendas de mascotas porque no quiero abrir un paquete el seis de enero y que mi regalo ladre, maúlle, píe o dé vueltas dentro de una pecera. No soy un carcelero ni un traficante de vidas. La amistad no necesita pedigree ni las calles más perros y gatos abandonados porque se hicieron grandes, porque manchan, porque cuestan dinero o porque molestan en vacaciones.
Llevaos el egoísmo, el cinismo, la indiferencia, la crueldad, la codicia y la ignorancia de mis mayores. Y si no podéis llevaros una carga tan inmensa y tan pesada, traedme a mí el valor para enfrentarme a ellos y a una sociedad donde los hábitos, las tradiciones, las diversiones y los negocios son tantas veces las coartadas de un crimen.
Prefiero la rebeldía que rompe lazos de sangre a que otros sangren por mi cobardía. Julio Ortega Fraile
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