sábado, 22 de febrero de 2014

LA ESCUDILLA DEL MENDIGO

 (La mente: un cuenco de nunca llenar)




Un gran emperador, estando en el jardín, oyó el cencerro del mendigo que estaba llegando al palacio.
El guardia, tras ver asomarse al pordiosero, salió a su encuentro y quiso darle unas monedas para evitar molestias.
Pero el mendigo dijo en voz alta:
 -¡Un momento! Tengo una condición: ¡yo sólo acepto limosna de los emperadores, no de los sirvientes! ¡Así que detente!

 Como la voz retumbó, el emperador la oyó y se asomó a la portería para ver de quien se trataba ya que, normalmente, los mendigos suelen conformarse con unas monedas.

Por eso pensó para sí:
–este mendigo es muy extraño–.
Entonces salió a verle y verificó que sí era un mendigo raro. Su aspecto era radiante, un aura de gloria y gracia le rodeaba. Parecía un emperador. Estaba semidesnudo, lleno de andrajos, pero llevaba consigo una hermosa escudilla.

 El emperador, sorprendido por tan esplendorosos detalles, preguntó:
-¿A qué viene esa condición?
 Y el mendigo contestó:
-A que los sirvientes también son mendigos y yo no quiero abusar de nadie. Sólo los emperadores pueden dar. ¿Cómo van a dar los sirvientes? Así que da algo, lo aceptaré con mucho gusto. Pero, antes: tengo una segunda condición.
-¿Cuál? –dijo el emperador–.
 El mendigo respondió:
-Que mi escudilla debe quedar totalmente llena.
 El emperador replicó alardeando:
-¿Qué es para mí llenar una escudilla tan pequeña?
Y continuó
–: !guarda tus condiciones!

 Luego ordenó a sus ministros traer las piedras más preciosas del imperio, diamantes y oro, para llenar la escudilla del pobretón.

 Pero muy pronto se vieron en serias dificultades, pues cuando empezaron a llenar la escudilla: las piedras caían, los diamantes caían, el oro caía, pero sin hacer ruido. Simplemente desaparecían y la escudilla se conservaba vacía.

Entonces el emperador estuvo en problemas. Él, como gran emperador, no podía tolerar semejante desafío. Entonces ordenó:
-¡Traedlo todo! ¡Hay que llenar la escudilla!
 Sus ministros trajeron todo los tesoros, vaciaron todas las arcas. Ya no quedaba nada, pero la escudilla seguía vacía.

Finalmente el mismo emperador se convirtió en un mendigo porque lo perdió todo. Luego se postró a los pies del pordiosero, diciendo:
-¡ahora, yo también, soy un mendigo! Sólo te pido una cosa: ¡enséñame el secreto de tu escudilla, parece mágica!
 Y el mendigo declaró:
 -No hay ningún secreto. Está hecha de mente humana. No hay nada mágico en ella. Así es la mente humana: ES UN CUENCO DE NUNCA LLENAR o es un cuento de nunca acabar.
Puedes meter en ella todos los tesoros del mundo, habidos y por haber, pero nunca la colmarás.
La mente no es otra cosa que una escudilla. Ella siempre dice más y más, sigue pidiendo, sigue deseando, sigue sufriendo.
 


1 comentario:

  1. Hermosa... como todas tus publicaciones. Se te echaba de menos. Gracias.

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