martes, 19 de diciembre de 2017

El Mayor Miedo del Mundo




Muchas veces he publicado artículos semejantes... los miedos.... los más grandes obstáculos para desarrollarse, crecer, avanzar en la Vida.. Ya desde niños nos comienzan a inculcar miedos, es una de las preferidas acciones que hacen los adultos, y no exagero, realmente disfrutan atemorizando a los pequeños, y también es una forma de manipulación, de tener el control, de dominar y mostrar el poder. Recuerdas? : "Si no tomas la sopa vendrá el viejo de la bolsa a llevarte" "Si no vienes conmigo te abandono solo" "Si no te duermes viene el monstruo a llevarte" "Si te portas mal no te dejarán juguetes los Reyes Magos" "Si te subís allí te caerás y tendrán que llevarte al hospital"  "Si.... si... si.... esto o aquello o lo otro....." Miedo a la oscuridad.... miedo a la noche.... miedo a enfermarnos y morir.... A mi me inocularon todos esos miedos...y muchos más.... Hay que trabajar para eliminarlos, aunque fueron tan marcados a fuego en nuestro inconsciente que en situaciones semejantes, y ya de adultos, vuelven a surgir.  Tarea difícil la desprogramación, pero muy necesaria si queremos avanzar.
Desde niña me han gustado mucho las películas de terror, ahora creo que es una forma de poder superar los miedos y reconocer que son fantasías que solo están en la mente.
Pero aunque ya se hayan superado todos los miedos que traemos desde la infancia hay otro miedo mayor, y ese es el mayor miedo del mundo. te comparto una charla de Osho donde nos muestra ese miedo que es común a la mayoría de las personas.... y tú también lo tienes? o ya está superado.....
Cuéntame tus miedos...cuéntame como superaste el mayor miedo del mundo...o si aún lo tienes....



El Mayor Miedo del Mundo


El Mayor Miedo del Mundo: Es el miedo a conocerse a sí mismo, el mayor miedo del mundo.

Es porque todos te han condenado por las cosas más insignificantes, por los mínimos errores, que son totalmente humanos, por lo que tienes miedo de ti mismo. Sabes que eres indigno.
Esa idea ha calado profundamente en tu inconsciente: que no vales, que no eres digno. Y, naturalmente, lo más fácil es huir de ti mismo. Todos lo hacen, a su manera: unos corren en busca de dinero, otros corren en busca de poder, otros de respetabilidad, otros de virtud, de santidad.
Pero si te fijas bien, no corren en busca de nada, sino que están huyendo de algo. Es una simple excusa, correr como locos en busca de dinero; se engañan a sí mismos y al resto del mundo. La realidad es que el dinero les proporciona una buena excusa para correr en su busca y oculta el hecho de que están huyendo de sí mismos. Por eso, cuando acumulan dinero, les llega un momento de desesperación y angustia terribles. ¿Qué ha ocurrido? Ese era su objetivo; lo han cumplido... deberían ser los hombres más felices del mundo.

Pero las personas que triunfan no son las más felices, sino las más desgraciadas. ¿A qué se debe su angustia? A que han fracasado todos sus esfuerzos. Ya no tienen nada que buscar, y de repente se encuentran consigo mismas. Al llegar a la cima del éxito no encuentran a nadie; solo a sí mismos. Curiosamente, es la misma persona de la que han estado huyendo.

No puedes huir de ti mismo. Por el contrario, tienes que aproximarte más, profundizar en tu ser, y olvidar ese tono de censura que te han transmitido en el transcurso de tu vida. Padres, marido, esposa, vecinos, profesores, amigos, enemigos, todos señalan algo malo en ti. No te valoran desde ningún lado.


La humanidad ha creado una situación muy extraña en la que nadie se siente a gusto, en la que nadie puede relajarse, porque en cuanto te relajas te enfrentas contigo mismo. La relajación se convierte poco menos que en un espejo, y no quieres ver tu cara por lo mucho que te afectan las opiniones negativas de los demás.

Tu iglesia, tus sacerdotes, tu religión, tu cultura no te han permitido ni los placeres más pequeños. El sufrimiento es aceptable, pero no el placer. En tal situación, es natural que te sientas pecador, cuando desde todos lados y por todos lados solo recibes censuras y condenas. Todas las religiones proclaman a los cuatro vientos, desde hace siglos, que naciste en el pecado, que tu destino es sufrir. Te han condenado desde tantos lados, sin excepción, que es muy natural que a cualquier individuo le afecte esa enorme conspiración. Todo el mundo está atrapado en ella.

Y te llevarás una sorpresa mayúscula si intentas comprenderlo. Al igual que los demás te condenan, tú condenas a los demás; la conspiración es recíproca. Al igual que tus padres nunca te han aceptado como un ser valioso, tú haces otro tanto con tus hijos, sin darte cuenta de que cada cual es como es, que no puede ser de otra manera. Puede fingir ser de otra manera, puede ser hipócrita, pero en verdad siempre seguirá siendo como es. Huir no es sino crear más hipocresía, más máscaras para ocultarte por completo de la mirada de los demás. Quizá logres esconderte de los demás, pero ¿cómo lograrás esconderte de ti mismo? Puedes ir a la luna, y allí te encontrarás. Puedes subir al Everest; quizá estés solo, pero estarás contigo mismo. Quizá en la soledad del Everest te pongas más alerta y seas más consciente de ti mismo.



Esa es una de las razones por las que las personas también tienen miedo a la soledad; necesitan multitudes, siempre quieren gente a su alrededor, quieren amigos. Les resulta muy difícil permanecer en silencio, tranquilas y solas. La razón es que en soledad te quedas contigo mismo, y has aceptado esas estúpidas ideas de que eres feo, que eres sensual, lujurioso, avaricioso, que eres violento; no hay nada valioso en ti.
Me preguntas: «¿Por qué corro siempre tanto?». Porque tienes miedo de ser adelantado por ti mismo. Y las consecuencias de correr tanto tienen múltiples dimensiones. Al correr tanto para huir de uno mismo se ha creado una pasión por la velocidad; todo el mundo quiere llegar a alguna parte a la mayor velocidad posible.


En cierta ocasión me ocurrió lo siguiente. Volvía a Jabalpur de un sitio llamado Nagpur, con el vicerrector de la universidad de Nagpur, cuando se estropeó el coche en medio de la carretera. No he visto a nadie sentirse tan mal como él. Le dije:
—No hay prisa. No le está esperando nadie, y la conferencia a la que va a asistir empezará dentro de veinticuatro horas. Jabalpur solo está a tres horas de aquí. No hay ningún problema. O nos arreglan el coche o avisamos a otro para que venga desde Jabalpur, o alguien nos acercará, y además pasan autobuses continuamente. No hay ningún problema... No tiene por qué ponerse así.
Él se quedó en el coche mientras yo iba a buscar a alguien.
Era un pueblo pequeño, pero quizá se pudiera encontrar a un mecánico o algún tipo de ayuda, o quizá algún agricultor tuviera coche. Cuando volví del pueblo, aquel hombre estaba a punto de echarse a llorar. Le pregunté:
—¿Qué ocurre?
Me respondió:
—No puedo soportar estar solo. Me desenmascara, me deja completamente desnudo ante mí mismo. Me hace tomar conciencia de que he desperdiciado toda mi vida, y no quiero saberlo.
Le dije: —No saberlo no va a ayudarlo de ninguna manera. Es mejor saberlo, y es mejor que profundice en su interior. Por eso tanto sufrimiento y tanta soledad...


La soledad debería ser una de las mayores alegrías.
La gente no para de correr. No importa adonde vayan; lo que importa es si corren a toda velocidad o no.
Me preguntas: «¿Hay algo que no quiero ver?». Muchas cosas. Sobre todo, lo que no quieres ver es a ti mismo, y eso por un condicionamiento absurdo.

Mi idea de la transformación interior es que tienes que olvidarte de los condicionamientos. Sencillamente olvídate de lo que han dicho los demás de ti. Son tonterías. Si no saben nada de sí mismos, ¿qué pueden decir de ti que sea verdad?

Y las opiniones que has recogido sobre ti de los demás... Intenta observar de quiénes proceden esas opiniones. No son de un Buda Gautama, ni de un Jesucristo, ni de un Sócrates; son personas tan ignorantes como tú. Sencillamente repiten las opiniones de otros.
Voy a contaros una historia preciosa. No importa si es real o ficticia; su belleza reside en su significado.


Uno de los más grandes emperadores que ha conocido la India era el mogol Akbar. Solo se le puede comparar con un hombre de Occidente, Marco Aurelio. Los emperadores raramente son sabios, pero esos dos hombres fueron claras excepciones.
Estaba un día Akbar en la corte hablando con los cortesanos. Había reunido a los mejores del país: el mejor pintor, el mejor músico, el mejor filósofo, el mejor poeta. Tenía un comité especial compuesto por nueve miembros a los que se conocía como las nueve joyas de la corte de Akbar.
El más importante se llamaba Birbal. Hombre tremendamente inteligente y con gran sentido del humor, hizo algo inapropiado en presencia del emperador. Cada emperador tiene sus normas —su palabra es ley— y Birbal hizo algo con lo que Akbar era muy estricto. Akbar lo abofeteó inmediatamente. Respetaba a Birbal, lo quería, era su mejor amigo, pero las normas de la corte... Eso no podía perdonarlo.
Pero lo que ha hecho historia es lo que hizo Birbal. Sin esperar un momento, le dio una bofetada al hombre que estaba a su lado. El hombre se quedó atónito, e incluso Akbar se quedó atónito. Consideraba a Birbal un hombre muy prudente, y pensó:
«¿Se ha vuelto loco o qué? Le ha dado un bofetón... Qué cosa tan rara, absurda e ilógica».
El otro hombre se quedó allí de pie atónito y Birbal le dijo:
—No te quedes ahí como un tonto. ¡Pásalo!
Aquel hombre le dio un bofetón al que estaba a su lado, y entonces quedó claro el juego: había que pasarlo. Por la noche, cuando Akbar se fue a dormir con su esposa, esta le dio un bofetón. Él le dijo:
—¿Qué pasa?
Ella contestó:
—Ha dado la vuelta a toda la ciudad, y al final ha regresado al punto de partida. Alguien me ha dado un bofetón, y cuando le he preguntado «¿Qué pasaba?», me dijo que era el juego que había iniciado Akbar. He pensado que era mejor terminarlo, para completar el círculo.
Y, al día siguiente, lo primero que hizo Birbal fue preguntarle a Akbar:
—¿Te han devuelto el bofetón?
Akbar contestó:
—No pensé que fuera a ocurrir una cosa así.
Birbal replicó:
—Pues yo estaba completamente seguro, porque ¿adonde podía ir a parar? Circularía por toda la ciudad. No puedes escapar; tiene que volver a ti.


Todo se transmite durante siglos, pasa de una mano a otra, de una generación a otra, y así continúa el juego. Ese es el juego del que tienes que salir, y la única forma de salir de él consiste en volver a descubrir el respeto por ti mismo, en volver a lograr la dignidad que tenías cuando eras niño, cuando aún no estabas contaminado, cuando aún no estabas condicionado y envenenado por la sociedad ni por la gente que te rodeaba.


Vuelve a ser niño y no huirás de ti mismo. Te adentrarás en ti mismo, que es como actúa el meditador.
La persona mundana huye de sí misma, y la persona que busca entra en sí misma para encontrar su fuente de la vida, la consciencia. Y cuando descubre esa fuente, no solo ha descubierto su fuente de la vida, sino la fuente de la vida del universo, del cosmos.

En su interior brota un extraordinario sentimiento de fiesta. La vida se convierte en un canto, una danza, un momento tras otro. Se libera por completo de ese galimatías que le ha transmitido la sociedad. Simplemente desecha todos los condicionamientos, todas las tradiciones, el pasado entero.
Yo te digo: solo has de renunciar a una cosa, que es el pasado y nada más.
Si eres capaz de renunciar al pasado te sentirás completamente renovado, recién nacido, y vivir en esa renovación es tal dicha, tal éxtasis que no se te ocurrirá escapar de ella ni un solo momento. Quien se conoce a sí mismo jamás se toma vacaciones. Pero la mayoría de las personas se comportan de una forma absurda...

Osho - La Pasión por lo Imposible

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